En Járiga la imaginación es cierta. Tan cierta como las piedras parlantes y el muerto errante en la mañana.
5 de febrero de 2011
Boca grana y pensamiento rapaz
-Todas las cosas del mundo están desnudas, todas excepto los hombres. Y yo ya no quiero ser hombre, yo ya estoy muerto. Ahora quiero ser lobo y también quiero ser elefante, así me lo cantó la luna.
Con estos pensamientos caminaba hacia los llanos quebrados donde no hay ciudades ni gente. Se sentía satisfecho, había aprendido a reconocer los caminos con el tacto de sus pies e iba desnudo sin avergonzarse del cuerpo. Se orilló al borde del camino en dirección a una roca que le invitaba a sentarse, un trono natural veteado de grises donde podría, por un rato, colgar y balancear sus pies. Se sentó y cerró los ojos para encontrar la noche. De nuevo se quedó dormido y soñó. Soñó con escenas que no seguirían vivas cuando despertase. Y siguió soñando hasta que el viento quiso; porque fue el viento quien trajo en sus alforjas el sonido de las vocales cerradas que se alargan hasta la luna como el brillo de estelas con “chorus”, fue el viento quien trajo el aullido de los lobos en su bandeja de plata y fue el viento quien lo acarició con sus manos heladas. Encinto despertó al compás de un latido y su quieto corazón se reconfortó en el como si fuera un indulto.
-¡Ya llegan los lobos, ahora beberé de los ríos y comeré de la vida en su compañía! ¡Encinto quiere ser lobo y mamará de sus tetas la leche de luna que se derrama en la noche! ¡Ha llegado la hora, mi aullido será tan vertical como un orgasmo y ondulará en las ondas como bandera!
Y así fue como Encinto dio prioridad al sentido del olfato para recorrer los campos y aprendió a vivir en manada. Así fue como Encinto mató y comió de la vida sin remordimiento. Encinto, el del corazón parado, sacó sus dientes de estrella nacarada y los tintó de sangre caliente hasta que de tanta muerte recuperó la vida. Y Encinto dejó de andar por los caminos y se puso a correr. Corrió más que el tiempo y más que la distancia, ya nada podía medir su velocidad.
Jauría y saliva.
Sangre y luna.
Llegó la noche al cielo y la sombra a la tierra. Y sobre el bajo ramaje de un árbol de corteza oscura se posó un pensamiento con ojos de lechuza. Tras ahuecar sus alas, encendió el ave rapaz el fanal de sus ojos, descubriéndose presa de Encinto, el lobo de boca grana.
Encinto, el ahora depredador que sigiloso avanza, más felino que cánido y hambriento de tanto correr, con un salto fugaz lo atrapa y lo devora.
Encinto se ha comido un pensamiento de ojos abiertos en la noche calma. Un ave de plumas en tinta impregnadas que le graban su texto en la frente, hasta que Encinto se atraganta.
-Es hora de dormir junto a la manada. Mañana será otro día, mañana habrá nuevas horas.
Encinto corre descalzo y desnudo en la noche bajo la pálida luna. Y corre tanto que el viento se torna eléctrico de la fricción y las cosas dejan de ser concretas.
Cuando llega a la lobera, se tumba mezclado entre el pelaje que respira dormido y se deja contagiar. Pero no consigue alcanzar el sueño, el pensamiento de ojos abiertos le susurra en lo invisible: “Encinto, ¿quién disparó, fuiste tú?”
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Publicado por
Rove Rivera
el
5.2.11
Etiquetas:
Encinto
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Le persigue su forma de hombre a Encinto. Quién sabe si ser lobo, abrir sus sentidos, correr salvaje y desnudo, llenar su boca de sangre o dormir en manada, le hará resucitar en su forma más primitiva.
ResponderEliminarTal vez el tiempo de ser lobo haya pasado... quién sabe, siempre es bueno probar, dejarse llevar por los instintos y hacer lo que realmente quieras hacer... ¿y si se pasa ese tiempo? pues empieza otro... es lo que tienen los pensamientos, a veces, desvelan y otras...otras hacen que llegue la consciencia...
ResponderEliminarEn fin... sublime y, como dirían los "lesbianos"... "como es posible que haya estado en tus infiernos"...
Besos a puñaos esparramaos enterititicos por to tu ser ¡coño!