En Járiga la imaginación es cierta. Tan cierta como las piedras parlantes y el muerto errante en la mañana.
3 de agosto de 2011
El Tedio Atmosférico
Ventura empezó a enloquecer cuando al abrir el grifo el trapo se empapó con un amplio chorro de tedio, dibujó con él elipses irregulares de un brillo efímero sobre la barra de roble con desgana y miró a la clientela con ojos de murciélago. Uno de los clientes intentaba llamar su atención golpeando la madera con una moneda de manera distraída pero insistente. En un día normal, ese repiqueteo alteraba su calmada compostura casi hasta la exasperación, lo llamaba el mantra del los mil diablos, pero hoy ese sonido se había vuelto invisible, lejano e imperceptible como el quebrar de una semilla.
La cerveza de luna tiene un color grisáceo, un sabor delicado y espuma espesa y abundante. Es la bebida más consumida en Járiga y nunca llega a emborrachar, todo lo contrario: despeja las noches mentales y propicia oníricas conversaciones entre las gentes. Apesadumbrado, cual planta marchita, Ventura se dirigió hasta el lugar donde el cliente martilleaba. No le preguntó qué iba a tomar, ya lo sabía, le sirvió una cerveza de luna y dejó sin voz a la moneda dentro de la caja con suave alivio. Pero el tedio colonizaba incluso ese alivio, se propagaba por todo el recinto de la taberna de La Curia como si la misma atmósfera estuviese fabricada con ese elemento: la música sonaba como fino polvo sobre los estantes, las conversaciones se vestían con trajes de sombra sorda en sus oídos, las carcajadas se caían al suelo nada más nacer cubriéndose de petróleo y betún, y las tareas diarias eran una respiración inconsciente que apenas necesitaba atención. “Tedio”, se atrevió a pensar Ventura, sin darle mucho valor al eco impúdico que holgazaneaba como una bestia destructora en el espíritu de esa palabra. Y siguió enloqueciendo con la lentitud de una tortuga coja atravesando el desierto.
Los días se sucedían a si mismos envasados al vacío, tan estancos y perpetuos, tan faltos de detalle que se podía decir de ellos que eran planos e infinitos. Cuando la jornada llegó a su fin, Ventura recogió, limpió y organizó el quieto vendaval que asiduamente asolaba el orden de la taberna. Comenzó limpiando las mesas, luego puso las sillas sobre ellas, barrió el suelo, lo fregó hasta que un brillo mate llegó a cubrirlo por completo y ordenó las botellas en sus correspondientes estantes. Se sentía cansado como nunca. Se dirigió hasta una de las mesas más pequeñas, bajó una de las sillas y se sentó en ella apoyando los codos sobre la mesita y la barbilla sobre las manos entrelazadas. Y se durmió.
A la mañana siguiente los habitantes de Járiga se toparon con una testaruda puerta empeñada en no permitir el paso, la empujaron, la golpearon, la manosearon e incluso le dieron patadas, pero ella se negó a doblegarse y se mantuvo firme en su posición. Dentro de la taberna, la única silla que posaba sus cuatro patas en el suelo era testigo de los forcejeos de los clientes ⎯las demás sillas aún dormían acostadas sobre las mesas ⎯, y sobre ella ya no había nadie. Ventura salió de la taberna mucho antes del amanecer con la intención de amordazar y asesinar su tedio. Se había llevado consigo una navaja con mango de hueso adornado con minúsculas incrustaciones de piedras de color, y un ovillo de guita en un pequeño zurrón; nada más que eso.
El sol, tímido como siempre, envío su avanzadilla tras los Montes Cautivos para que fuera degradando el horizonte hacia los tonos celestes con los que le gusta entrar en el mundo. A Ventura le parecía curioso que una bola de fuego tan inmensa se presentara en la mañana sobre una alfombra de tonos fríos, pero no prestaba mucha atención a sus pensamientos y rápidamente se olvidó de ellos. El tedio no cesaba ni siquiera ante las nuevas sensaciones. Tomó el camino que conduce a Plaza Grande e intuyó la silueta de Gabriela, la suave mujer de piedra. Y diez minutos más tarde había salido del pueblo de Henoc sin toparse con una sola alma en el trayecto. Era la primera vez que se enfrentaba al Camino Real, camino que conducía hacia la gran ciudad de Járiga.
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Publicado por
Rove Rivera
el
3.8.11
Etiquetas:
Ventura
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Ventura:
ResponderEliminar" El que augura sucesos felices "
Me lo imagino, lo imagino con su postura de pensar, de encender la mecha y de ser consciente del DESPERTAR...El camino real... hacia Járiga... si, si...siiiii
Con ese nombre no le será difícil llegar y si lo es, el camino resultará no menos que...interesante.
Besos de amor, pequeño Rove.
Con un nombre tan sugerente debería llegar a Járiga y hacer del camino algo mágico.
ResponderEliminarMil besos, gran María.
Ya ves, la imaginación es gratuita. Yo pensé que Ventura es una mujer con una gran fuerza interior, de esa que hace que la magia surja, capaz de tomar las decisiones que el momento le sugiere y que toma la vida como un camino hacia el lugar en que la imaginación lo puebla todo, donde todo es posible.
ResponderEliminarEn tu escrito el tedio casi se masca, aunque leerte no es nada de eso, es un graaaaan placer.
Abracicos Don Rove. Muuuask