Photo credit: Lucy Nieto / Foter / CC BY-NC-SA |
Aquella niña que fui nada tiene que ver con lo que soy hoy. Lo único que se ha mantenido a través del paso de los años, lo único que sigue definiendo mi personalidad son los miedos y fracasos amontonados como estiércol; incoherentes y duros, ahora que los miro con retrospectiva, como un Miguelángel esculpido por Dalí. Todos esos miedos y fracasos están fabricados con aquello que jamás conseguí, con la esperanza y el anhelo que justifican mis excusas por no ser mejor persona, lo que yo considero ser mejor persona. O lo que es peor, con la esperanza y los anhelos que justifican mis excusas por no llegar a ser lo que soñé ser. Y eso es enamorarse de lo no conseguido, ¡qué triste! Ni siquiera de lo perdido sino de lo no conseguido. Es como enamorarse de Harry Potter, pura fantasía. Mi gran problema es ese, la imaginación: Me creo y me creo, aquí no hay redundancia, mis propios miedos.
Mi vida vivida, o sea, la que ya pasó, está llena de días olvidados. Si alguien me hubiera enseñado a hacer desde niña lo que hace Eukene todas las noches creo que mi personalidad sería distinta. Seguiría teniendo miedos pero mi relación con el entorno no sería tan huraña. Después os contaré qué es eso que hace Eukene, yo lo llamo, qué original soy, “El camino Eukenil”. Retomo mi relato, iba diciendo eso de los días olvidados… Pues esos días sin importancia aparente son los que llenarán el grueso de mi existencia. Son como los hilos tejidos de un guante, que podían haber sido cualquier otra prenda: una bufanda, un gorro, un anorak o un calcetín; pero no, son un guante. Pues eso, que esto de los ejemplos nunca ha sido lo mío, lo que quiero decir es que esos días forman mi vida y en este momento son medio guante. Sé que os estoy perdiendo mucho con el ejemplo del guante pero es que es necesario para que entendáis que no sé explicarme tan bien como quisiera. A ver, lo aclaro: Ningún día vivido es en vano porque todos irremediablemente te llevan al mismo lugar, al interior de un guante de lana para guarecerte del frío, el guante de tu nicho. Es por eso que me acabo de enamorar de la pérdida, porque todo lo que vamos adosando a nuestras vidas no es otra cosa que el miedo a la muerte, que imaginamos que es como un frío invernal y nos vamos protegiendo de ella. Y así dejamos de vivir el presente y caemos en la trampa de nuestra debilidad con seguros de vida, hipotecas, casamientos… ¿Y cuál es nuestra debilidad? Fácil: El grandioso terror a dejar de ser. Tan fácil es descubrir nuestro punto flaco, es aquel en que la muerte no tiene cabida. Nuestro ego es tan increíblemente fuerte que se ve capaz de contar qué se siente después de morir y separarse de su actual cuerpo, así es de ego-ísta que se cree más que su carne. De ese egoísmo se alimentan las religiones, con motivo y razón, opino.
A estas alturas no puedo echar hacia atrás para sintetizar todo este rollo en el que me y os he liado, tan trascendental yo y tan confusa. Mi gran problema en este momento no es todo este asunto de la muerte sino que me he enamorado de una chica. Es una delicia, un amor, pero como os decía al principio me creo y me creo mis miedos. Por cierto, me llamo Renata, tengo los ojos grises y el cabello largo y negro. ¡Ah, no soy brasileña!
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