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-Todo esto es lo que te puedo contar, a partir de aquí el resto de la historia tiene 2 versiones que no conozco, la de Jonás y la de Alhadira -dijo Praix a Sena mirando hacia ningún lugar.
Sena asintió con la cabeza y se acercó hasta el camastro en el que entre pequeñas convulsiones parecía soñar Jonás. Habían pasado un par de horas desde que le aplicara el aceite de oniria y, después de conocer la historia, era el momento oportuno para una imposición de manos. Le pidió a Praix que viera lo que viera, pasase lo que pasase, no se acercara a ellos y mucho menos se le ocurriera la idea de tocarles. Sena cerró sus ojos con lentitud de caracol mientras juntaba las palmas de sus manos a la altura de su pecho. Pasados unos minutos separó sus manos posando una en la cabeza y la otra en el pecho de Jonás, sus labios temblaron alguna oración y el aire de la estancia se volvió denso y cálido como un río de lava. Praix se inquietó y miró hacia la puerta como si una amenaza externa fuera a entrar de un momento a otro, Sena palideció y Jonás se puso rígido como una barra de acero.
Miles de imágenes comenzaron a rebosar dentro de Sena, imágenes de recuerdos que no le pertenecían: una danza en un círculo de fuego, boxeadores en un parque, confetis entre luces de colores, un chicle en una zapatilla, un grito en la cima del mundo, un coche en el bosque, té y jengibre, pan de chocolate... Cientos de imágenes que Sena apenas podía relacionar ni comprender. Se dejó inundar por ellas y evitó su comprensión. Praix observaba el rostro de su amiga cambiar y mezclarse entre lágrimas y sonrisas, entre muecas incomprensibles y gestos absurdos e intentó no preocuparse.
Sena sabía qué hacer. De los imaginartesanos aprendió a crear como ellos, aún no era capaz de mantener una proyección como es debido pero podía hacerla visible durante unos segundos. Y en ese mismo instante, mientras seguía inundándose de imágenes ajenas, se le ocurrió que quizá podría crear una proyección dentro de su amigo, una proyección con la suficiente fuerza como para sanar el disparo. Y lo hizo:
Una mujer aún sin nombre y con ropa de mariposas caminaba descalza por el lado de un puente mientras el sonido de un banjo acompañaba la escena, por el otro lado avanzaba Jonás trajeado con globos. Al llegar ambos al ábside no se abrazaron, solo se miraron, se dijeron un sí y saltaron al río, hacia su desembocadura.
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El puente de los abrazos
El puente de los abrazos
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