16 de marzo de 2013

La noche se desvanece




Río Arga - Colores de reflexión
Imagen de: PacoSo / CC BY-NC-ND


Dejarse llevar por el río Graa era como ir dentro de una larga cabellera de caóticos rizos, las corrientes agitaban a Jonás en una suerte de bucles que parecían ser infinitas bocas succionadoras que lo tragaban y lo soltaban, que lo tragaban y lo soltaban; pero él no quería temer, el Graa es el río de la vida y ser arrastrado por él es mucho más que un dejarse llevar, es algo que exige la máxima voluntad. Eso era algo que Jonás aún no llegaba a entender, ¿cómo era posible necesitar una alta concentración de voluntad sólo para dejarse llevar? Quizá había llegado el momento de descubrirlo, pensó. Y mientras pataleaba y movía los brazos como un poseso para mantenerse sobre la superficie, se le inundó la mente con un recuerdo. Se encontraba contemplando cómo el sol parecía ir deformándose al chocar contra el océano mientras que Praix le contaba una de las aventuras de, siempre le hizo gracia el nombre, Daniel el inmortal que murió hace mucho tiempo. Jonás la recuerda ya empezada:

“…así que en el centro del río se encontró con una pequeña isla donde solo cabía una persona y que, para su sorpresa, ya estaba ocupada. El nivel del río era mucho mayor que el de un álamo adulto y aquel trozo de tierra parecía surgir como una columna desde dentro de las aguas. Daniel se pudo asir al tronco varado de un viejo árbol y contempló a la niña que habitaba aquel montículo, cual fue su sorpresa al percatarse de que había muchas más personas como él dentro del río. Algunos nadaban sin descanso en contra de la corriente pero no avanzaban, los que sí conseguían avanzar gastaban demasiada energía para el resultado obtenido y en cuanto se agotaban volvían a retroceder; otros cruzaban el río de orilla a orilla; algunos otros miraban sentados desde la ribera las aguas pero no se metían, o como mucho metían una mano o un pie hasta el tobillo; otros parecían haber encontrado refugio, como Daniel el inmortal que tal que tal, en algún trozo de árbol seco o se afianzaban con las manos a juncos o cualquier cosa que impidiera que los arrastrara la corriente. Daniel quiso hablar con la niña que habitaba la isla pero ésta parecía estar dormida o en un estado de meditación demasiado profundo y no atendía a su llamada. Del tronco del árbol arrancó un trozo de rama que lanzó y que alcanzó a dar en el hombro de aquella personita. La niña abrió los ojos, mantuvo la mirada, seria, en la de Daniel el inmortal y le dijo:

- Gracias por despertarme, desconocido. Llevo mucho tiempo aquí, observando a toda esta gente que me rodea y meditando sobre el Graa, tanto tiempo que ya había perdido la perspectiva y empecé a creer que este montículo era mi hogar. ¿Sabes cómo le llaman al Graa? Le dicen el río de la vida. Creo que no me ha sido fácil llegar a tomar la decisión que he tomado, principalmente porque he tenido que reunir mucha mucha fuerza de voluntad y valentía, así que si quieres quedarte con mi privilegiado lugar a salvo de la corriente puedes hacer posesión de él.

Antes de que Daniel el inmortal que murió hace mucho tiempo pudiera preguntar o decir algo contempló cómo aquella niña nadaba río abajo y con una sonrisa gritaba: ¡Ya no me dejo llevar, ahora yo también voy!”


La fuerza del río que parecía incontrolable interrumpió el recuerdo de Jonás que comenzó a notar el peso de su ropa y cómo se iba hundiendo sin remedio, logró ver un trozo de algún árbol caído y varado sobre el río y proyectó asirse a él como hiciera Daniel el inmortal. La velocidad de las aguas era tanta que al acercarse a su ansiado asidero un inoportuno remolino le hizo errar y se golpeó la cabeza. La escasa luz de la noche se desvaneció del todo.


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