24 de agosto de 2013

Enamorarse de la pérdida II (La chica linda)




Photo credit: 'J' / Foter / CC BY-NC

¿Qué cómo me enamoré de la chica linda? No lo sé. Admito cierta tendencia al deseo visual por la mujer pero me gustan los hombres. Así que esta irrefrenable enajenación transitoria e imparable me sorprende y contradice. Me está removiendo las entrañas del sentir, del pensar, como si me hubieran puesto de pinche de cocina con el encargo de mover con un cucharón de palo una sopa exótica y observara los tropezones flotando sin saber qué son (yo y mis ejemplos…). Pero algo así es lo que siento, noto flotar dentro de mí cosas sin nombre, sensaciones y emociones solo definidas por aproximación a lo que ya aprendí a través de la experiencia. Y claro, los miedos se filtran como agentes dobles dentro de mi imaginación, juegan a suponer situaciones futuras irresolubles en las que soy el blanco de la prensa rosa del barrio, esa que tiene montada la editorial en la peluquería y equipos de redacción en el resto de comercios: pescadería, carnicería, frutería… Como si todos los lugares que terminan en -ría en realidad formaran parte de una conglomeración de locales interconectados donde se puja o se decide el valor bursátil de la reputación de los vecinos. Ni qué decir tiene que mi reputación imaginada está catalogada como bono-basura. Por otro lado como los miedos se comportan como agentes dobles, los muy perros meten cizaña también en la ensoñación contraria, esto es: Me veo caminando por el barrio orgullosa y segura de mi misma como una especie de Agustina de Aragón, haciendo caso omiso de los múltiples cotilleos que provoca mi forma de ser y de vida. Si alguien se atreve a cuestionarme de tú a tú tengo un abanico de respuestas seguras y demoledoras, respuestas que años más tarde en cualquier libro de historia quedarán reflejadas como un antes y un después en el devenir de las civilizaciones. Estos miedos infiltrados de agente bueno son los peores, me hacen sentir como si fuera Luma Lynai, me cargan con una responsabilidad tan enorme que suena a imposible y al final ganan por factibles los agentes chungos. Así que mis miedos son como una especie de lobby del entertainment que intenta sacar sus películas al mercado aunque eso conlleve el desgaste de sí mismo. Y lo conlleva, ya te digo yo que lo conlleva. Una vez sin ir más lejos decidí ir yo sola a ver una película, de camino al cine me vi tan desdichada, sola en la sala, llorando a moco tendido como una energúmena, o como una poseída que es lo mismo, no sé porqué la palabra energúmena la asocio a gorila, orangután; en fin, que me voy… Me vi tan, tan desdichada que cuando llegué a la taquilla con los ojos como el corazón de tanto llorar me sentí peor aún y en la mirada de la taquillera vi refulgir el odio, un odio antiguo de desposeída, de despecho.  Como un conocimiento divino supe que a esa chica la acababa de dejar su novio y que ésta estaba segura de que la causa del fin de su relación era que su novio se había enamorado de mí. Le pedí perdón por todo (aunque no conocía a su chico) y no esperé siquiera su respuesta, huí de allí corriendo y llorando. Mis miedos controlan mi imaginación y eso me separa del mundo.

Pero te seguirás preguntando cómo me enamoré de la chica linda. Me tiró una taza de café bien caliente en la blusa por accidente, así sucedió, así me enamoré. No es de extrañar, porque el amor quema, deja huella y te pone en funcionamiento. Qué mejor alegoría que un café derramado sobre mi pecho.




2 comentarios:

  1. wwwwwwwweeeeeeeeeeee, vaya puesta de largo del proceso "miedil" (yo también pongo nombres originales, como habrás comprobado, me parece una pasada la explicación, de echo ya me hallo imprimiendo esta historia de de Creación de Miedos... ¡ay qué sabio es este mozuelo! ¡weno, que sigo! ;-)

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  2. Gracias María por lo de sabio; pero si te digo la verdad no tengo ni idea de las cosas que piensa Renata :)

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